El obrero herido en la explosión de gas del Fondo relata su infierno, casi un año después
La Vanguardia Digital – Mario Urbano, de 53 años, no recuerda haber ido a trabajar aquel 12 de enero. Tampoco recuerda a su hijo, de 19 años, ni a la mujer con la que comparte su vida desde hace más de treinta. No recuerda a su madre. No recuerda nada de aquella mañana de hace un año en el barrio del Fondo de Santa Coloma de Gramenet. Ni de sus viajes de juventud a Italia, Francia, Alemania, Afganistán. No recuerda la brutal explosión de gas, la muerte de dos personas, haber salido volando por los aires, abrirse la cabeza… Del día en que su vida se esfumó, fue borrada de un plumazo, hace ahora casi un año. «Tengo más de 30 años olvidados. Si supiera dónde están, iría a buscarlos». Hace ya dos meses que no intenta suicidarse.
Porque la tragedia del barrio del Fondo no es únicamente una sucesión de informes y estudios en manos de una juez, como el presentado por la Generalitat en junio, que dijo que probablemente la explosión se produjo porque un chorro fugado de una tubería de agua perforó el tubo del gas. Oel conocido la semana pasada, el de un perito que asegura que la tubería del gas tenía un defecto de fabricación, que el agua jamás la hubiera perforado si su espesor hubiera sido el reglamentario.
Aquí no se trata solamente de dilucidar quién tuvo la culpa. Porque la de la explosión de gas del barrio del Fondo es también una historia de vidas truncadas, de daños imposibles de reparar.
Manoli Pires agacha la cabeza y dice que no. Su marido nunca fue camionero. Los médicos le han dicho que le deje fumar. Da igual. Es DAVID AIROB como si tuviera más de setenta años. «No puedo más. Nadie me hace caso. Las deudas me matan. Tengo cuatro principios de embargo, fibromialgia y artrosis. No tengo vida, ni fuerzas». También dice que la empresa de Mario, Cobra, una subcontrata de Gas Natural, no le ha enviado la cesta de Navidad, que ella siempre fue una mujer nerviosa, «pero ahora soy una mujer histérica. El psicólogo me ha dicho que vaya al psiquiatra, pero no estoy para tomar pastillas». «I speak English«.»Tranquilo, papá Mario». Su abogado ha solicitado ayuda tanto a Cobra como a Gas Natural.
Aquella mañana fatídica Manoli recibió una llamada de Cobra: «Vaya al Vall d´Hebron.
Encendió la tele. «Hablaban de muertos. A Mario lo dieron por muerto». En el hospital le dieron las ropas de su marido, enjaretadas en trozos de piel. «¿Piensas que este trapo es ignífugo? ¿Piensas que esto es un traje especial?». Le dijeron que el cerebro de su marido se había borrado, que se preparara para lo peor: tetrapléjico, mudo, un vegetal. «I speak English«. Lo identificaron por un tatuaje. «También me acuerdo del himno de Cuba». Porque Mario pasó allí su infancia. Su padre era amigo de Fidel. Pero cuando quisieron mandarlo a la URSS se rebeló y se dedicó a viajar por el mundo, mochila a la espalda.
Manoli dice, con la emoción a flor de piel, que este mes no pagó el alquiler. «Llevo 5.000 euros en taxis. Hemos vendido un coche y una moto, hemos tenido que devolver otro que acabábamos de comprar. Íbamos a comprar un piso. Perdí mi pensión después de dos años porque el tribunal médico de mi incapacidad se celebró seis días después del accidente, y no llevé ni los papeles. Y ya tenía deudas, créditos, las tarjetas, multas, aunque íbamos tirando, pero ahora… Sólo con el sueldo de mi marido, sin las horas extras. Mi hijo, de 19 años, dejó de trabajar y ha perdido la antigüedad. Ingresamos la mitad de lo que acostumbrábamos y nadie hace nada por ayudarnos».
Mario y Manoli vivieron con su vida en una mochila durante años, hasta que nació el niño. «Nos encantaba el mundo». Tras la explosión, Mario estuvo un mes en la UVI del Vall d´Hebron, en coma. Dos días en muerte cerebral. Le reconstruyeron la cara. El ojo izquierdo está muerto. Perdió más de treinta kilos. En el hospital le conocían por «el de los gritos». Su madre intentó suicidarse. Los médicos pensaban que no levantaría una cuchara hasta los nueve meses, pero lo hizo a los cuatro. Destrozó dos camas, varias ventanas. Por las noches lo inmovilizaban. A los cinco meses le dijeron que ya no podían hacer nada más por él. Marchó en silla de ruedas. Se cae a cada rato. Toma 15 medicamentos al día. «I speak English«.
«Mario es un niño pequeño – dice Manoli-, pero a veces enloquece». «Le pego a todo el mundo». «Si lo meto en el metro, le domina la ansiedad y me pega. Si su hijo le apaga la tele, le pega. Hay que cambiarlo constantemente. Cobra me consiguió una mujer para su madre tres horas al día. Y la mutua, otra para él, cuatro. Pero no es suficiente. No tengo vida. Mi hijo se ha convertido en su padre. Aún no le han dado la invalidez. Sólo pido que me adelanten mil euros al mes a cuenta de la indemnización y del seguro de invalidez que tiene con Cobra. Sólo quiero meterlo en un taxi y llevarlo a la playa. Ahora sólo podemos llevarlo al parque de abajo». El árbol de Navidad son dos trozos verdes de cartón. Los recortó Mario.
Ha aprendido a jugar de nuevo al ajedrez, y gana. «Soy un ganador». No recuerda que ayer paseó por el parque. Identifica las partes del cuerpo humano en un dibujo. Suma y resta. Le pega a su hermano. Pasa el día viendo películas. No puede seguir el hilo. No puede adquirir nuevos recuerdos. Ha vuelto a escribir, con caligrafía de niño. Cada día acude a un centro de rehabilitación en Collserola. Viene y va por la habitación, a pasos cortos, porque no tiene equilibrio, porque no recuerda lo que iba a hacer. Ya no recuerda esta entrevista. «Lo bueno es que tengo vida – dice jugando con dos mancuernas-, mi cerebro quedó a la vista, pero tengo vida. I speak English«.No hay más, ni esperanza. «Te quiero, Manoli». «Yo también, cariño. Yo también».